La tecnología también abre una brecha entre los médicos




Por Katie Hafner (NYT)

La proliferación de aparatos, aplicaciones e información ubicada en Internet ha proporcionado a los médicos un arsenal lleno de nuevas herramientas, pero también ha provocado una división generacional.

Los médicos mayores admiran, e incluso envidian, la soltura de sus compañeros jóvenes con las nuevas tecnologías. Pero les preocupa que las conexiones humanas, que constituyen la base de la práctica médica, corran el riesgo de perderse.

“El mero hecho de añadir una aplicación no convierte necesariamente a las personas en mejores médicos o clínicos más atentos”, señala Paul C. Tang, responsable de innovación y tecnología de la Fundación Médica Palo Alto, en California. “Lo que necesitamos aprender es la manera de usar la tecnología para ser profesionales mejores y más humanos”.

En la Universidad de California, en el Centro Médico de San Francisco, Alvin Rajkomar forma parte de una nueva hornada de médicos aficionados a los aparatos electrónicos. Almacena cada dato clínico que encuentra en una aplicación llamada Evernote, un archivador electrónico. “Es como un segundo cerebro”, dice. “Ahora tengo un pequeño libro de texto de joyas clínicas autoindexadas que llevo conmigo en todo momento en el iPhone”.

Junto a la calculadora clínica MedCalc, el teléfono de Rajkomar tiene ePocrates, una aplicación para buscar las dosis de los fármacos y sus interacciones, y Qx Calculate, que utiliza para generar perfiles de riesgo de pacientes. Su tecnología favorita es el estetoscopio electrónico, que amplifica los sonidos del corazón a la vez que suprime el ruido ambiental.

Pero no utiliza la tecnología indiscriminadamente. Cuando decidió que se tardaba demasiado tiempo en cargar un historial médico electrónico en el iPad, volvió a tomar notas en papel. Pero ahora está probando a escribir a mano en una minitableta de Samsung.

Es consciente de los inconvenientes de los registros informatizados, especialmente la repetición de patrones. Aunque son eficaces, pueden dar pie a que se mantengan los registros de manera automática sin prestar atención a cómo evoluciona cada paciente.

Las tabletas que van unidas a los historiales médicos electrónicos se están abriendo paso hasta las manos de los estudiantes de medicina de todo Estados Unidos. A los residentes de medicina interna de las universidades de Chicago y Johns Hopkins de Baltimore, Maryland, se les entregan iPads; a los estudiantes que empiezan la carrera de medicina en la Universidad de Stanford, en California, les dan cupones que pueden usar para comprarlos.

Un estudio de la Universidad de Chicago publicado este año en Archives of Internal Medicine encontró que los residentes con iPads eran capaces de introducir los pedidos de una manera más puntual, y la mayoría de los residentes tenía la impresión de que los iPads mejoraban su eficiencia en el trabajo. En el Centro Médico de San Francisco de la Universidad de California, algunos médicos usan iPads y muchos, los ordenadores sobre ruedas del hospital.

En un ambulatorio situado a siete kilómetros al oeste del hospital se encuentra Paul A. Heineken, un médico de atención primaria. Es una figura venerada por quienes se forman en el Centro Médico de San Francisco, donde insiste en exigirles que hagan algo anticuado. “Les digo que su primer reflejo debe ser mirar al paciente, no el ordenador”, explica Heineken. Y recomienda a los residentes que vuelvan a acercarse a la cama de cada paciente al final del día. “Les aconsejo: ‘No vayáis al ordenador; volved a la habitación, sentaos y escuchadles. Y no deis la impresión de tener prisa”. Uno de los motivos para hacerlo, explica Heineken, es ajustar las recomendaciones sobre el tratamiento a las prioridades del paciente. “Cualquier decisión clínica se hace más fácil tras debatirla con el paciente”, afirma.

Heineken sabe que nada contra la corriente de la tecnología. A lo largo de su carrera ha sido testigo de la llegada de la tomografía computerizada, el ultrasonido, las imágenes de resonancia magnética e incontables pruebas de laboratorio nuevas. Ha visto a sus compañeros dar la espalda a los pacientes mientras lidiaban con un nuevo sistema informático o despachar rápidamente a los enfermos en las consultas mientras se olvidaban de sus herramientas fundamentales: los ojos y los oídos.

Rajkomar sigue el consejo de Heineken y mantiene la vista fija en sus pacientes mientras teclea. A medida que avanza la conversación con el paciente, también lo hace la interacción del médico con el ordenador. ¿Los resultados del laboratorio o una lista de las medicaciones y dosis pasadas y actuales? Todo aparece en pantalla en un instante.

Pero Rajkomar también sabe cuándo debe dejar a un lado la máquina. En cierta ocasión, un paciente le confió que su esposa tomaba los medicamentos para el dolor que le recetaban a él; el médico bajó inmediatamente al vestíbulo para concertar con el farmacéutico un plan que lo evitase.

Rajkomar sabe que tiene mucho que aprender sobre su profesión, especialmente sobre las complejidades sociales y psicológicas de los enfermos. “Un paciente me echó”, recuerda, y sonríe mientras añade: “Heineken se queda con esos pacientes”.

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