El ascenso de la clase media de México
Por MARY ANASTASIA O'GRADY
Ciudad de México
Las historias de decapitaciones, tiroteos sangrientos y asesinatos al estilo de ejecuciones en este país han eclipsado otra historia que, en el largo transcurso de la historia, es sin duda más significativa. Se trata del surgimiento de la clase media mexicana.
El poco difundido acontecimiento es gracias no a la política de bienestar del gobierno o de la ayuda exterior, sino principalmente a la apertura de los mercados y al final de la práctica de financiamiento del gobierno por parte del banco central. El crecimiento en la última década no es algo para alardear y todavía son necesarias reformas clave para que México se convierta en un país desarrollado. Pero como me comentó el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, el mes pasado durante un desayuno en la entidad, los cambios institucionales en los frentes fiscal, financiero y monetario desde la crisis del peso de 1995 han contribuido a aumentar la estabilidad de los precios, un factor clave en la acumulación de riqueza.
Una cosa que Carstens no mencionó —ya que es un hábil diplomático y consciente del alto costo de la inflación en los hogares mexicanos— es que México ha evitado acumular enormes déficits fiscales en los últimos años, a pesar de la presión del Tesoro de Estados Unidos por gastos de estímulo en los países del G-20. México ha pasado por eso. Cuando el gobierno se comporta salvajemente, los mercados se preocupan de que la deuda sea monetizada por el banco central. El presidente mexicano, Felipe Calderón, del Partido Acción Nacional (PAN), se resistió sabiamente.
Fue tanto una decisión política como económica. En un libro recientemente publicado, "Clasemediero. Pobre no más, desarrollado aún no", el economista mexicano Luis de la Calle y el politólogo mexicano Luis Rubio describen una nación en la que muchos políticos todavía consideran el electorado como pobre y rural pero los patrones de consumo revelan una tendencia hacia la urbanización y la movilidad ascendente. A juzgar por los ingresos de las familias, pero también por cosas como el alquiler de y la propiedad de viviendas, las compras de electrodomésticos, el acceso a Internet y las salidas al cine, argumentan que hoy la población de clase media es la mayoría en México.
Esto ha ocurrido, afirman los autores, mediante la combinación de ingresos de varios miembros de la familia (incluyendo las remesas del exterior) en lugar de por un aumento de los ingresos de un individuo o una pareja. En otras palabras, México no ha conseguido aumentos de salarios generalmente asociados con una clase media en ascenso.
Entonces, ¿cuál es la diferencia? Por un lado, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA) ha supuesto una apertura del sector minorista, dando a los mexicanos acceso a productos de calidad a precios competitivos. En segundo lugar, los ingresos familiares ya no están siendo destruidos por sucesivas devaluaciones y ataques de inflación provocados por crisis fiscales.
Los beneficios de esta disciplina fiscal y monetaria probablemente tendrán importantes repercusiones para la estabilidad de América del Norte, debido a que, como señalan De la Calle y Rubio, en México la clase media ha sentido las consecuencias de crisis financieras más que cualquier otro grupo social. Sostienen que no es casualidad que su inclinación política tiende a ser conservadora y a rechazar cualquier alternativa que pudiera desestabilizar su seguridad.
Carstens describe el proceso de "mantener controlada la inflación" como un "acto de equilibrio", ya que el aumento de los costos internacionales de las materias primas "genera una presión alcista" en los precios, así como puede hacerlo la debilidad del peso. El banco, afirma, ha intentado "mantener las tasas (de interés) lo más bajas posibles dadas (estas limitaciones) con el fin de apoyar la economía en la mayor medida posible". No ha sido fácil. La decisión del presidente de la Reserva Federal de EE.UU., Ben Bernanke, de inundar el mundo con dólares ha empujado los precios de los alimentos al alza, a la vez que el miedo en todo el mundo —las hipotecas de alto riesgo y Europa— invariablemente lleva a los inversionistas a huir de monedas como el peso para meterse en dólares.
A Carstens le gusta el régimen de tipo de cambio "flexible" —en vigor desde 1995— y le atribuye que le permitiera a México adaptarse a los shocks más allá de su control y mantener al mismo tiempo la estabilidad. Pero por supuesto, hay muchos ejemplos de regímenes cambiarios flexibles que generan inflación. El verdadero secreto del éxito de México en cuanto a la inflación, a pesar de la turbulencia financiera global, es un compromiso institucional con la disciplina fiscal y la transparencia.
El banco central ahora puede presumir, como me dijo Carstens, que "adhiere a todas las mejores prácticas", incluida la publicación de las minutas del banco central con dos semanas de retraso. Pero también ha recibido ayuda del Tesoro mexicano. México tiene ahora un déficit fiscal de poco más de 2%, lo que lo convierte en uno de los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico con mayor disciplina fiscal. La capacidad de México para vender bonos a largo plazo es un testimonio de la mayor confianza de los inversionistas.
Aún queda mucho por hacer. Los políticos han rechazado los intentos de cambiar a una elaboración del presupuesto contracíclica, lo que implicaría ahorrar para los malos tiempos parte de los ingresos del auge petrolero generados por la política de dinero fácil de Bernanke. La forma en que el Tesoro se desempeñaría bajo futuros gobiernos de México está lejos de ser clara. Lo que es más seguro es que la creciente clase media no verá con buenos ojos al partido o el político que se meta con sus ganancias duramente conseguidas.
Escriba a O'Grady@wsj.com.
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